viernes, 14 de agosto de 2009

Rémoras, El verdugo de Sancho Panza



¡Que te apures!, le dice Sancho indignado a su verdugo.
Sí, sí, - le repite el caballero mal armado-apúrese, así a éste se le acaban los refranes.
Pero el verdugo tiene miedo de poner mal las palomillas y entonces descabezar erróneamente al gordito refranero.
¡Que se apure!, -le grita el hidalgo- ¿acaso goza viendo sufrir a sus futuras víctimas?
Es que el verdugo tiene miedo porque ese gordito le recuerda a su padre, un padre muy bueno por cierto, que murió descabezado por un toro, (por eso al verdugo no le sienta bien el rojo).
Pero el Quijote ya desenvainó la espada, y lo amenaza a gritos al verdugo con palabras terriblemente ridículas como su misma cara.
Y el verdugo tiene miedo -¿le creerán si les dice que en verdad tiene miedo?-
¡Nada de mariconadas!, se repite. Que la ley es la ley y debo respetarla…
Y el gordito llora lágrimas de vino y le promete al caballero no repetir un solo refrán pero entonces se le escapa ese de que “todos quieren ir al cielo pero nadie quiere morir”, y el Quijote le acierta un coscorrón en la nuca que lo deja tarado.
Y ahora es el verdugo el que llora, y le implora piedad –por amor de Dios- al Quijote.
Ningún duelo se lleva a cabo. El arma del verdugo es suficiente para que el caballero, sin más ni más, lo liquide.
Sancho entonces festeja por su buena actuación.
Y el ingenioso hidalgo, como siempre, se tira flores: ¡si no hubiese sido por mí!, le dice, ya estarías engarrotado…
Mientras los dos mequetrefes se dan una buena comilona, el verdugo sigue pegado al arbolito, con su moño de acero atado al cuello…


Gisela Campanaro

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