Una vez, cuando era chiquitito, me crucé con una pelota de trapo que andaba saltando, aburridísima, entre las baldosas.
-¡Hola pibe!, ¿cómo te llamás?- me dijo.
-Yo Pancho, ¿y vos?
-Yo soy la Cloti, la pelota más copada del barrio.
Y yo me empecé a reír, del nombre y de que fuera de trapo, porque ¿mirá si una pelota va a ser copada si es de trapo? Cuando le dije esto se puso re chinchuda y me empezó a enumerar, punto por punto, cuáles eran los derechos de las pelotas de trapo. En eso, empezaron a juntarse en la esquina todos los chicos que salían de la escuela, porque ellos iban a la tarde y yo a la mañana, y siempre nos peleábamos por eso, porque yo hinchaba por el turno mañana y decía que éramos los más piolas, y ellos, claro, hinchaban por el turno tarde. Y aunque yo parecía re fana de ir a la mañana, en realidad les tenía mucha envidia, porque pensaba que seguro estaba re bueno dormir hasta tarde y encima salir justo a la hora de la merienda. Yo no había elegido ir a la mañana, iba obligado, casi llorando, con cara de enojado, porque a esa hora todo me daba bronca, hasta comer las galletitas con forma de animalitos que tanto me gustaban. Pero esto solamente lo sabía mi mamá, porque las mamás son las únicas que siempre se dan cuenta de lo que les pasa a sus hijos cuando son chiquitos. La cuestión es que estaba todo mal con los chicos de la tarde, por eso cuando se acercaron a ver a la Cloti nos gruñimos como perros, porque el descubrimiento era mío y no quería que la miraran. Pero ellos, malos como eran, no me hacían caso, y mientras tanto la pelota saltaba como una loca y gritaba: “¡Punto número uno: las pelotas de trapo tenemos derecho a ser pateadas, pisoteadas y escupidas, como cualquier pelota de fútbol! ¡Punto número dos: las pelotas de trapo tenemos derecho a ser rellenadas y cosidas después de cada partidito! ¡Punto número tres: las pelotas de trapo tenemos derecho a formar parte del equipo y, por lo tanto, a ser abrazadas para la foto!” Y cuando iba a gritar el número cuatro ya nadie la escuchaba porque habían llegado mis amigos del turno mañana, y estábamos meta patada y escupida con los del turno tarde. Solamente cuando escuché la voz de mi mamá, y me acordé del pan blandito con muuucho dulce de leche, me olvidé de la pelea y salí corriendo a mi casa, todo sucio. Los chicos hicieron lo mismo que yo, y la pobre Cloti quedó saltando sola, de vuelta, entre las baldosas. Por suerte llegó Pucky, mi perro, que es más inquieto y más malcriado que mi hermanita, y se prendió a un picadito con ella; entonces la Cloti se puso feliz de la vida de haber encontrado a un amigo tan gordito y saltarín, que la pateara, la pisara y la babeara, como se merece toda pelota hecha y derecha.
Gisela Campanaro
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