Si tus alas se abren
con el transcurrir de días
te arrancaré mil sonrisas
con múltiples colores
saltemos para ver lo hecho
sangremos hasta sentir un hueco
corramos a la verdad sin miedo
fumemos y sonriamos enteros
sumergirnos en las olas
sin encierro y sin quejas
descansemos apresurados
sin peleas y sin penas
si estalla en ti una revolución
con ternura y despliegue
empujaría recibiendo
y crecería jugando
si algún eslabón se oxida
se amarra nuestro camino
hay gente que está sujeta
con trabas en su destino
si corremos en la arena
con cualidades desnudas
llenaremos el desierto
de guirnaldas sin altura
expresarse es no esquivarle
la mirada a un futuro
la salida estará en uno
si encontrarse es el asunto.
lunes, 31 de agosto de 2009
/Rémoras/ Amor Platónico, por Fernando García
Te ve
te ve y vos la ves
se miran y no importa nada más
se bastan el uno al otro
no te da de comer es más bien al revés
igual no importa son el uno para el otro
no nos importa lo demás escapemos mi amor
rompamos las ataduras de la realidad
amor sin barreras
ella te ve y vos la ves en el medio no hay nada
vuela una mosca negra que no puede prestar atención
no tiene alma o sea
no tiene el instinto de amarla
ella habla todo el tiempo y vos en silencio asentís
la dejás le das pie
debe tener razón si habla tanto
Se miran en un puente
eterno como los del viejo B...
que mezcla los días,
ya no ve el calendario que pasa
Es un plano larguísimo
dura horas
verlos mataría a una planta de aburrimiento
Si les falta besarse y quedarse pegados
estáticos
hasta que la muerte los separe
te ve y vos la ves
se miran y no importa nada más
se bastan el uno al otro
no te da de comer es más bien al revés
igual no importa son el uno para el otro
no nos importa lo demás escapemos mi amor
rompamos las ataduras de la realidad
amor sin barreras
ella te ve y vos la ves en el medio no hay nada
vuela una mosca negra que no puede prestar atención
no tiene alma o sea
no tiene el instinto de amarla
ella habla todo el tiempo y vos en silencio asentís
la dejás le das pie
debe tener razón si habla tanto
Se miran en un puente
eterno como los del viejo B...
que mezcla los días,
ya no ve el calendario que pasa
Es un plano larguísimo
dura horas
verlos mataría a una planta de aburrimiento
Si les falta besarse y quedarse pegados
estáticos
hasta que la muerte los separe
/Rémoras/ La lotería, por Matías Elicer Moraga
Se ganó la lotería. Casa en la playa, viajes por el mundo,
casa y estudios para cada uno de sus hijos. Lo tenía todo.
Comenzó a codearse con seres apáticos, avaros, hipócritas,
egocéntricos, ladrones, bien vestidos y muertos de gula.
Se dejó llevar por su nueva vida, dejando atrás su pasado.
El hombre terminó tan pobre, que no tenía más que dinero.
viernes, 14 de agosto de 2009
Rémoras, Viejos son los trapos
Una vez, cuando era chiquitito, me crucé con una pelota de trapo que andaba saltando, aburridísima, entre las baldosas.
-¡Hola pibe!, ¿cómo te llamás?- me dijo.
-Yo Pancho, ¿y vos?
-Yo soy la Cloti, la pelota más copada del barrio.
Y yo me empecé a reír, del nombre y de que fuera de trapo, porque ¿mirá si una pelota va a ser copada si es de trapo? Cuando le dije esto se puso re chinchuda y me empezó a enumerar, punto por punto, cuáles eran los derechos de las pelotas de trapo. En eso, empezaron a juntarse en la esquina todos los chicos que salían de la escuela, porque ellos iban a la tarde y yo a la mañana, y siempre nos peleábamos por eso, porque yo hinchaba por el turno mañana y decía que éramos los más piolas, y ellos, claro, hinchaban por el turno tarde. Y aunque yo parecía re fana de ir a la mañana, en realidad les tenía mucha envidia, porque pensaba que seguro estaba re bueno dormir hasta tarde y encima salir justo a la hora de la merienda. Yo no había elegido ir a la mañana, iba obligado, casi llorando, con cara de enojado, porque a esa hora todo me daba bronca, hasta comer las galletitas con forma de animalitos que tanto me gustaban. Pero esto solamente lo sabía mi mamá, porque las mamás son las únicas que siempre se dan cuenta de lo que les pasa a sus hijos cuando son chiquitos. La cuestión es que estaba todo mal con los chicos de la tarde, por eso cuando se acercaron a ver a la Cloti nos gruñimos como perros, porque el descubrimiento era mío y no quería que la miraran. Pero ellos, malos como eran, no me hacían caso, y mientras tanto la pelota saltaba como una loca y gritaba: “¡Punto número uno: las pelotas de trapo tenemos derecho a ser pateadas, pisoteadas y escupidas, como cualquier pelota de fútbol! ¡Punto número dos: las pelotas de trapo tenemos derecho a ser rellenadas y cosidas después de cada partidito! ¡Punto número tres: las pelotas de trapo tenemos derecho a formar parte del equipo y, por lo tanto, a ser abrazadas para la foto!” Y cuando iba a gritar el número cuatro ya nadie la escuchaba porque habían llegado mis amigos del turno mañana, y estábamos meta patada y escupida con los del turno tarde. Solamente cuando escuché la voz de mi mamá, y me acordé del pan blandito con muuucho dulce de leche, me olvidé de la pelea y salí corriendo a mi casa, todo sucio. Los chicos hicieron lo mismo que yo, y la pobre Cloti quedó saltando sola, de vuelta, entre las baldosas. Por suerte llegó Pucky, mi perro, que es más inquieto y más malcriado que mi hermanita, y se prendió a un picadito con ella; entonces la Cloti se puso feliz de la vida de haber encontrado a un amigo tan gordito y saltarín, que la pateara, la pisara y la babeara, como se merece toda pelota hecha y derecha.
Gisela Campanaro
Rémoras, El verdugo de Sancho Panza
¡Que te apures!, le dice Sancho indignado a su verdugo.
Sí, sí, - le repite el caballero mal armado-apúrese, así a éste se le acaban los refranes.
Pero el verdugo tiene miedo de poner mal las palomillas y entonces descabezar erróneamente al gordito refranero.
¡Que se apure!, -le grita el hidalgo- ¿acaso goza viendo sufrir a sus futuras víctimas?
Es que el verdugo tiene miedo porque ese gordito le recuerda a su padre, un padre muy bueno por cierto, que murió descabezado por un toro, (por eso al verdugo no le sienta bien el rojo).
Pero el Quijote ya desenvainó la espada, y lo amenaza a gritos al verdugo con palabras terriblemente ridículas como su misma cara.
Y el verdugo tiene miedo -¿le creerán si les dice que en verdad tiene miedo?-
¡Nada de mariconadas!, se repite. Que la ley es la ley y debo respetarla…
Y el gordito llora lágrimas de vino y le promete al caballero no repetir un solo refrán pero entonces se le escapa ese de que “todos quieren ir al cielo pero nadie quiere morir”, y el Quijote le acierta un coscorrón en la nuca que lo deja tarado.
Y ahora es el verdugo el que llora, y le implora piedad –por amor de Dios- al Quijote.
Ningún duelo se lleva a cabo. El arma del verdugo es suficiente para que el caballero, sin más ni más, lo liquide.
Sancho entonces festeja por su buena actuación.
Y el ingenioso hidalgo, como siempre, se tira flores: ¡si no hubiese sido por mí!, le dice, ya estarías engarrotado…
Mientras los dos mequetrefes se dan una buena comilona, el verdugo sigue pegado al arbolito, con su moño de acero atado al cuello…
Gisela Campanaro
lunes, 10 de agosto de 2009
Un viaje distinto
Parado en el andén de la vieja estación San Martín, me preparo para viajar en el subte tan incómodo como todas las mañanas.
La luz en un extremo del túnel, se aproxima. Subo al vagón en medio de los acostumbrados empujones. Una vez que logro asegurarme de un pasamanos, empiezo la inspección ocular de rutina.
Con excepción de un par de caras nuevas, el mismo entorno de cada mañana: los chicos que van a la escuela alborotando como siempre, el resto del pasaje cada uno sumergido en sus propios pensamientos, parecieran maniquíes que sólo están ahí, para acompañarme en el viaje.
Pero, entonces, la veo. Allí, en el rincón izquierdo de la puerta de enfrente. Su cabellera rubia fue la que atrajo primero mi atención.
Empujado por un sentimiento olvidado, trato de acercarme como puedo, dando pisotones involuntarios y recibiendo miradas no muy amistosas.
Ahora la veo bien. ¡ dios mío! ¡qué hermosa es! Su figura se destaca ampliamente. Sus ojos casi grises irradian un brillo especial que resaltan ante la opacidad del resto. Una sensación irresistible me coloca frente a ella su sonrisa pícara me atrae y me sorprende a la vez. Me mira como si hubiese estado esperándome. Sólo a mí. Su boca sin hablar me pide que la beso y yo, sintiéndome amo y esclavo a la vez, lo hago apasionadamente.
No sé cuánto permanezco abrevando en sus labios mis manos acarician su pelo, recorren lentamente su cuerpo e inexorablemente van descendiendo hacia su sexo.
A nuestro alrededor no existe nadie más, no me importa nadie más.
Un murmullo lejano se acrecienta.
Alguien toca mi hombro y me arranca de este embrujo.
-Abuelo, ¿baja en San Juan?
Turbado, giro hacia la puerta que refleja a mis espaldas, su imagen siempre sonriente, con sus ojos grises más brillante que nunca. Ofreciéndome una nueva marca de cigarrillos desde el cartel publicitario.
La luz en un extremo del túnel, se aproxima. Subo al vagón en medio de los acostumbrados empujones. Una vez que logro asegurarme de un pasamanos, empiezo la inspección ocular de rutina.
Con excepción de un par de caras nuevas, el mismo entorno de cada mañana: los chicos que van a la escuela alborotando como siempre, el resto del pasaje cada uno sumergido en sus propios pensamientos, parecieran maniquíes que sólo están ahí, para acompañarme en el viaje.
Pero, entonces, la veo. Allí, en el rincón izquierdo de la puerta de enfrente. Su cabellera rubia fue la que atrajo primero mi atención.
Empujado por un sentimiento olvidado, trato de acercarme como puedo, dando pisotones involuntarios y recibiendo miradas no muy amistosas.
Ahora la veo bien. ¡ dios mío! ¡qué hermosa es! Su figura se destaca ampliamente. Sus ojos casi grises irradian un brillo especial que resaltan ante la opacidad del resto. Una sensación irresistible me coloca frente a ella su sonrisa pícara me atrae y me sorprende a la vez. Me mira como si hubiese estado esperándome. Sólo a mí. Su boca sin hablar me pide que la beso y yo, sintiéndome amo y esclavo a la vez, lo hago apasionadamente.
No sé cuánto permanezco abrevando en sus labios mis manos acarician su pelo, recorren lentamente su cuerpo e inexorablemente van descendiendo hacia su sexo.
A nuestro alrededor no existe nadie más, no me importa nadie más.
Un murmullo lejano se acrecienta.
Alguien toca mi hombro y me arranca de este embrujo.
-Abuelo, ¿baja en San Juan?
Turbado, giro hacia la puerta que refleja a mis espaldas, su imagen siempre sonriente, con sus ojos grises más brillante que nunca. Ofreciéndome una nueva marca de cigarrillos desde el cartel publicitario.
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